La boca es una cavidad séptica. Esto quiere decir que en ella viven muchos microbios, igual que en nuestro intestino.
Los microbios de la boca, igual que todos los animales, tienen que adaptarse al medio en que viven. Las corrientes de saliva y de alimentos los arrastran. Por eso forman una sustancia pegajosa que les sirve para adherirse a las superficies orales, ya sean los dientes, la lengua o las prótesis que llevemos.
Evidentemente no todos los microbios que viven en la boca son perjudiciales. Pero en la placa viven todos los responsables de todas las enfermedades de la boca. Por eso la salud de nuestros dientes y encías está ligada a la eliminación periódica de la placa bacteriana. Para esto se usa el cepillo de dientes.
El cepillo funciona como una escoba que barre la placa. Pensad que precisamente los lugares más peligrosos son los rincones, no las superficies planas, más accesibles. Estas a veces se limpian solas, por la acción de los labios, la lengua y hasta los propios alimentos. Asi mismo, al estar pegada, la placa debe removerse mecánicamente. No hay sustancia química capaz de eliminarla. Igual que en una casa, hay que barrer antes de echar la lejía.
Los rincones más delicados están entre diente y diente, y tendremos que usar el hilo de seda dental para llegar ahí, y en el reborde de la encía. El cepillado correcto es una técnica que debe ser enseñada y controlada periódicamente por la higienista.
Cuando la placa se calcifica, al depositarse sales minerales en la saliva encima, se forma el sarro. Es una especie de cemento duro que cubre los dientes, especialmente en el margen de la encía. Debe eliminarlo el higienista, aunque cuanta menos placa tengamos habitualmente en nuestra boca, menos sarro formaremos.
Vía: FaceDental
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